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Arte y Cultura

Casa Curutchet: Una obra con demasiada luz (la otra cara de la moneda)
 


"La arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz". Le Corbusier.

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  • Pedro Curutchet (1901-1989) era médico cirujano. Un médico más de la historia bonaerense, más allá de destacarse por su capacidad profesional y su afición al diseño de instrumentos de cirugía, a partir de su propia experiencia, cuyo sentido de corte, aximanual, modificó la forma de operar estos elementos de precisión. Pero no fue su carrera ni sus inventos los que lo llevaron a lograr un reconocimiento que se extiende en todo el mundo y tiene cientos de escritos y publicaciones con su nombre. Lo que puso a Curutchet en un lugar de privilegio fue su decisión de contratar el proyecto de su vivienda familiar-consultorio en la Plata con uno de los arquitectos más influyentes de la historia de la arquitectura: el suizo-francés Le Corbusier (LC, 1887-1965). El resultado fue, precisamente, “La casa Curutchet”, única obra del reconocido arquitecto en nuestro país.

    Amada y admirada por los arquitectos, patrimonio de la Humanidad, visitada por miles de personas, Curutchet, su cliente-usuario, la habitó por apenas seis años, cansado de situaciones que no le permitían vivir con comodidad: el exceso de luz, la falta de seguridad, la distribución y la carencia de intimidad.
     


    El comienzo

    Curutchet nunca supo explicar qué le atrajo de Le Corbusier, aunque supone que cuestiones como estructura, funcionalismo y forma –tan allegados a sus diseños de instrumentales médicos– hicieron que lo relacionara con la arquitectura que predicaba el suizo.
    En agosto de 1948 una hermana de Curutchet viajó a París y se reunió con LC en el mítico estudio del 35 de la Rue de Sévres. El arquitecto se entusiasmó con la obra, sobre todo, según le refirió a su cliente, por el desafío de reunir en una vivienda la doble función de estudio profesional y casa familiar.

    Ocho meses después, abril de 1949, le remitió al médico los primeros dibujos de la casa. Siete ilustraciones en tinta, cuatro de ellos plantas, unos cortes y una perspectiva de la terraza-jardín. También le envió varias fotografías de la maqueta, de manera que tuviese una mejor idea de la propuesta.
    El entusiasmo de Curutchet fue enorme, mezcla de emoción y respeto, intuyendo que iba a habitar una vivienda única, una verdadera obra de arte. “Desde ahora comprendo que viviré una nueva vida y más adelante espero asimilar plenamente la sustancia artística de esta joya arquitectónica que usted ha creado”, le escribió a LC.

    En ese mismo momento LC le informó que el arquitecto Amancio Williams, con quien mantenía una amistad desde hacía dos años, completaría la documentación de la obra y se encargaría de la dirección de la misma. En agosto de 1950 una no demasiado profunda excavación materializó el inicio de la construcción.
     


    La máquina de habitar

    Por decenas se pueden encontrar artículos, notas y libros sobre la casa Curutchet, con distintos análisis de su distribución, sus partes, sus relaciones, sus modos. Con los conocidos cinco puntos que LC planteó como base de toda obra. No es la voluntad de este artículo referir demasiado al respecto, más allá de señalar que el proyecto fue toda una novedad para La Plata y para un país que no seguía con demasiado entusiasmo las directrices del “estilo internacional”.
    Significó, se dijo, “una profunda transformación en la relación entre la calle y el interior de la manzana”, al introducir visualmente una en otro. “Es una inédita demostración de generosidad urbana”. Fue, además, la primera vivienda familiar donde LC desarrolló su sistema brise-solier, una propuesta de protección solar, “un artilugio natural y pasivo” para amortiguar los efectos climáticos en una obra marcada por la presencia de enormes ventanales.
     


    La mirada de su habitante

    En 1983, Pedro Curutchet tenía 74 años de edad y hacía 21 que había dejado de habitar su casa de La Plata. La “obra de arte” de LC le dio cobijo por apenas seis años, ya que en 1962 decidió dejarla y mudarse a Lobería, su ciudad natal. En 1983 la casa era un misterio para muchos. Se mantenía cerrada, un encargado se ocupaba de alejar a los curiosos y muy pocos habían logrado visitarla.
    Alcira, la hija de Pedro, mencionó el primer problema que tuvo la familia por vivir en una obra de LC: “La gente se considera con derecho a entrar, como si fuera un museo público. Un día nos cansamos y decidimos no dejar entrar a nadie más”.

    Pero hubo otras situaciones cotidianas preocupantes para la familia: “La casa carecía de defensas contra ladrones”, señaló la mujer. “Es abierta al exterior pero también a los delincuentes y nadie se animó a modificar una fachada diseñada por LC. La casa estaba expuesta a que cualquiera saltara la medianera o el cerco de alambre del frente, rompiendo los vidrios”.
    Alcira asegura que sus padres decidieron dejar la casa por esos motivos y otros no menos atendibles: organizada en cuatro pisos, carecía de ascensor, una incomodidad para personas de cierta edad, y era, además, de difícil mantenimiento. “No hay mucama que aguante semejante trajín”, agregó. En 1983 era tal el desapego de los Curutchet por la casa que cuando viajaban a La Plata elegían alojarse en un hotel.
     


    Palabra de Curutchet

    Bruzo Zevi, en su Historia de la Arquitectura Moderna, señala que los edificios de LC “no responden con modestia y fidelidad” a los temas sociales. “Son experimentos de laboratorio para demostrar una teoría utopista, universalista, en cierta medida dictatorial y hasta presuntuosa”. Su proyecto en La Plata fue en parte eso: más un manifiesto que una respuesta a los (reales) usuarios. La vivencia de Curutchet parece verificar esa idea.
    Por empezar, Curutchet no quería necesariamente el planteo que le preparó LC con el consultorio adelante y la casa atrás, “pero esa decisión la dejé para él”, mencionó.

    En 1983 el médico estaba liberado de cualquier atadura ética y reconoció que recibió el proyecto “como una cosa venida de Khomeini (líder de la revolución islámica de 1979, que derrocó al sah Reza Pahleví) para un persa”. ¿Por qué Curutchet no manifestó su disconformidad en su momento? Simple: “Hay gente que considera que porque paga tiene derecho a intervenir en la parte arquitectónica. Yo he sido respetuoso de éso porque pienso que las impertinencias han de molestar el ejercicio de la profesión”.
    Curutchet nunca tuvo trato directo con LC. No lo conoció. No discutió con él. Pero sí mantuvo una conflictiva relación con los diferentes directores que tuvo la obra. Tanto con Williams como con Simón Ungar. “La ejecución de la obra fue una de las experiencias más terribles. Pasé dos años sin ir a verla para no renovar el disgusto”, reconoció.

    Por eso la casa no quedó a su entero gusto y satisfacción. Sin ser un entendido, no dudó en señalar que Ungar realizó modificaciones al proyecto de LC que, a su entender, “fueron un sacrilegio”. Los cambios incluyeron la supresión de una pared y una puerta de acceso al living, lo cual cerró el paso a una corriente de aire y generó falta de privacidad. Ungar decidió, además, dejar por la mitad una pared divisoria –“porqué quedaba más bonito”– que LC planteó entera. ¿Consecuencias de ese cambio?: “Una mañana me desperté y mis vecinos me estaban mirando en paños menores. Una cosa sin sentido”, ejemplificó el médico.
     


    La dictadura de la luz

    "La arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz". Le Corbusier.
    No es fácil ventilar los errores y problemas que verificó una obra maestra de la arquitectura.

    Es como fijarse en lo insignificante ante algo majestuoso. Pero para Curutchet no es algo que pueda ignorarse. Es que su construcción le significó “un descalabro económico y moral”, a tal punto que antes de mudarse “ya había perdido el gusto por la casa”. No importaba ya que fuese de LC. El día a día fue cansador, demoledor. Y vamos a los ejemplos en boca del propietario. “El techado asfáltico de la terraza-jardín hubo que hacerlo tres veces y fracasó cada vez, al punto que tuve que cerrar todo el techo con baldosas. La instalación eléctrica tiene fallas hasta hoy y si no le pedía al carpintero unos cambios no me podía asomar a la ventana de mi habitación sin riesgo de caerme”, puntualizó. Para que no queden dudas de lo mal que la pasó el médico con la obra –“fuente continua de preocupación y disgustos”–, decidió volcarse a su trabajo como médico y al diseño de instrumentos y olvidarse de la casa. “Me dediqué a eso que me hacía feliz”.

    Superadas estas cuestiones, Curutchet se instaló en la casa. Pero pronto descubrió otro mal: el exceso de luz: “Era una luz que me gobierna, no yo a ella”. Curutchet entendía que, como cualquier humano, necesitaba reposo, “un reposo profundo” según detalló, y no podía tenerlo porque siempre estaba “vibrando la luz”. “El oscurecimiento de la casa no estaba resuelto”, insistió, ni tampoco lo pudo corregir él con la colocación de algunas cortinas.
    “El tema de la luz no fue encarado como problema. Es un poco la tiranía de la arquitectura, cuando las ideas de los arquitectos tiranizan la vida del usuario. Lo obligan a vivir con conceptos teóricos cuando la vida no quiere abstracción, ver la luz por la luz o los planos o volúmenes, sino por la psicología del habitante”, teorizó.

    Pero hay más. Curutchet refirió que tampoco se respetó la idea de LC de dejar el hormigón a la vista. Los directores decidieron pintarla de blanco, “permanentemente sucio por la tierra y el agua”.
    En 1956, antes de mudarse al lugar, Curutchet cumplió un pedido de LC y plantó un árbol en el patio central, un ejemplar de álamo. “Eso funcionó: a pesar de la poca luz del lugar, el ejemplar creció rápidamente”. Una buena, habrá pensado.
     


    Final

    La casa Curutchet es hoy una obra relevante y emblemática como modelo del movimiento moderno, del racionalismo. Una parte la ocupa en la actualidad el Colegio de Arquitectos y la visitan y recorren miles de personas cada día. Luego de un largo proceso, la Casa fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2016, título entregado para catalogar, preservar y difundir sitios de importancia para la herencia colectiva de la humanidad.

    “La obra ubicada en la Avenida 53 Nº 320 de La Plata es reflejo de la materialización de los cinco puntos de la nueva arquitectura”, señaló el dictamen de la entidad.
    La obra de arte, el manifiesto, la teoría, terminó por ser superior, relevante frente a la sufrida experiencia del destinatario de la vivienda, que simplemente optó por dejar de habitarla cuando la luz se hizo insoportable.

     


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